sábado, 25 de junio de 2011

Para ir más allá sobre José Rafael Pocaterra

..La revista Espéculo publicó un análisis sobre la obra del autor venezolano José Rafael Pocaterra que reproduciré a continuación. Sé que muchos estudiantes entran a este blog buscando resolver con facilidad la tarea que sus maestros les han encomendado, pero este no es lugar para encontrar respuestas fáciles. Hay que leer, entender y decidir. El texto que sigue es de Elva Marina Mireles, quien plantea su análisis sobre Pocaterra a partir del siguiente enunciado "La concepción grotesca en la obra de José Rafael Pocaterra como forma de denuncia".







Tomado de Espéculo


“Trabaja y sueña, que soñar es bueno;


trabaja y piensa, que pensar consuela.


No ames ni esperes lo que ya es ajeno”


J.R.P.





INTRODUCCIÓN
Los movimientos literarios obedecen a procesos donde intervienen diversos factores, que van desde la capacidad creadora estimulada por experiencias del pasado, hasta las circunstancias sociales del entorno de un autor; sin dejar a un lado los sentimientos y la sensibilidad de un momento determinado e incluso las afinidades del grupo generacional. Dentro de ese contexto se encuentra el creador respondiendo al condicionamiento de su yo y de su época; es así que José Rafael Pocaterra no escapa a ese condicionamiento.
José Rafael Pocaterra es uno de los más grandes cuentistas venezolanos; nació en Valencia, Venezuela, el 18 de Diciembre de 1889. No sólo se destacó como escritor, sino que también incursionó en la política, en el periodismo y la educación. Pocaterra marca en la narrativa venezolana el inicio de un proceso netamente realista y en su caso un realismo satírico. En este análisis de su obra se abordarán aquellos aspectos relevantes en su expresión literaria, con la finalidad de identificar la concepción grotesca del autor, como pieza clave en las denuncias de las desigualdades sociales; considerando su propuesta estética y el contenido social de una de sus obras “Cuentos Grotescos”, así como el sentido de la deformación grotesca aplicada a las situaciones cotidianas y su obra literaria en general como producto de la época en que le tocó vivir.
José Rafael Pocaterra, basándose en su concepción del hombre atrapado por el ambiente que lo ahogaba y con una clara intención de denuncia, plasmó en sus obras la realidad social en la que se desenvolvió; deformando los personajes, las situaciones y el medio, con el objetivo de destacar las injusticias y las situaciones sociales que el consideraba conflictivas.
En estas páginas se intenta valorar sin pasión, ni compromiso, la obra literaria de José Rafael Pocaterra; uniendo lo informativo a lo conceptual y crítico. En ese intento se analizará su prosa sobria y clara; signo de que concibió con precisión lo que quería expresar o sugerir.
Sus personajes son auténticos y sus temas reflejan ante todo humanidad, sin descuidar la vida de gente humilde y provinciana toca los vicios de ricos y poderosos. Su narrativa conmueve con una prosa mordaz, vigorosa y directa que le permitió la denuncia social; presenta el contexto histórico de la capital y pinta la vida en los pueblos de la provincia con una asombrosa noción de lo real, dejando plasmada como una constante su preocupación por los problemas del país. En cada tema, en cada personaje, en cada ambiente presenta la realidad venezolana del momento que le tocó vivir.
En cuanto a su técnica hay que destacar especialmente el uso de la caricatura exagerando hasta llegar a lo grotesco, también utiliza el final sorpresivo, la observación directa, hace uso del cuadro para envolver a los personajes en una atmósfera valiéndose de la descripción, en los diálogos destaca la lengua cotidiana.

ILOS “CUENTOS GROTESCOS”: UNA PROPUESTA ESTÉTICA
Consciente de interpretar en primer lugar lo venezolano, José Rafael Pocaterra hizo acopio en “Cuentos Grotescos” de un enfoque donde el trasfondo social y lo histórico estuvo enmarcado, en cuanto a los valores formales, en un estilo que sería una de las manifestaciones de la tendencia realista en la literatura venezolana. Reaccionando de esta forma contra el preciosismo modernista.
Su estilo logra independencia y autonomía, imprimiéndole un acento inconfundible. Con esa capacidad de eliminar el recargo metafórico, en busca de un lenguaje directo, pero no por eso menos poético.
Como observador acucioso de la realidad cotidiana, la coloca en su sitio, logrando así una técnica espontánea y original. Utiliza los recursos propios de la escuela realista como el detallismo, que se puede observar en el ejemplo siguiente, donde la descripción de un ambiente muestra una atmósfera especial, en el cuento “La I Latina”:
“Al otro extremo del corredor, cerca de donde me pusieron la silla enviada de casa desde el día antes, estaba el tinajero pintado de verde con una vasija rajada; allí un agua cristalina en gotas musicales largas y pausadas, iba cantando la marcha de las horas”. [1]
Pocaterra describe el momento, y al recrearlo, detalla de una manera estética cada elemento del ambiente “la silla”, el sitio donde estaba colocada, “el tinajero” y hasta la rajadura de la vasija. Pero, va más allá y convierte la descripción de ese ambiente en algo poético cuando presenta en tono melancólico el correr del tiempo, simbolizado por las gotas de agua tinajero. Es así como su estilo se caracteriza por una descripción con calidad estética, donde predomina la brevedad, la exactitud y la precisión.
También utiliza recursos como la acumulación de frases, en muchos casos sin verbos; que le permiten darle agilidad a la expresión:
“Abrazos, besos, pañolitos sacudidos, dos agudos silbatos y la noche de un túnel. Otra vez el sol, el aire y la noción de partir. Bajo las brumas, a la falda de un cerro que apenas se ve, va quedando,... la Caracas de ensueño...” [2]
Este ejemplo tomado del cuento “El Ideal de Flor” muestra un lenguaje basado en superposición de frases, acercándose con este recurso al impresionismo. En este fragmento se encuentra nuevamente la presencia del tiempo, aunque no como potencia máxima, sino como una manifestación de la realidad para interpretar el desencanto del personaje al regresar a su pueblo: “otra vez el sol,... la noción de partir...va quedando”.
Otro de los rasgos realistas de Pocaterra es el uso del adjetivo:
“¡Qué triste me pareció la orilla del río, ya oscuro corriendo hacia barrancos lejanos cubiertos de una vegetación profusa!; ¡qué desolada la calle de la entrada, la calle real, limitada por casuchas,... más triste todavía la plaza, el hemiciclo cuyos grandes árboles sombreaban la yerba alta, pelada a trechos...” [3]
En este ejemplo tomado del cuento “Soledad”, Pocaterra presenta con un lenguaje cargado de adjetivos el fluir de la conciencia del personaje, logrando la total desaparición del narrador y sólo queda el personaje conversando consigo mismo. Plasmando así, a través del uso del adjetivo una descripción subjetiva.
Entre otros rasgos realistas en la obra de José Rafael Pocaterra, se encuentra uno de singular importancia en su propuesta estética, se trata de su concepto de la imagen; que elabora en su mayoría basado en la crudeza, presentada de una manera concreta e hiriente. Esto se puede apreciar en el siguiente ejemplo tomado del cuento “Matasantos”:
“... era su hija, sí, su Carmita, aquel fragmento de telas blancas, salpicado de sangre, aquellas grandes manchas oscuras sobre los guarataros, aquel mechón de cabellos rubios pegado con un jirón de piel al hierro de los rieles; toda aquella horrura que iban los vecinos examinando piadosamente y metiendo en un saco”. [4]
En este ejemplo Pocaterra presenta de una manera áspera y descarnada una visión diferente dentro de la narrativa para darle vigencia a las particularidades del realismo. Se vale de la crudeza para mostrar un cuadro de dolor y muerte, destacando la impresión del padre ante la certeza de que su hijita era sólo un puñado de restos y jirones. Con la finalidad de conmover al lector describe con detalle el horror de la muerte violenta de una pobre niña ciega: “...aquel fragmento de telas blancas, salpicado de sangre,...”
Todas estas características le permiten a Pocaterra llevar a cabo su proyecto narrativo. A ellas se agregan la ironía y la burla, recurso del cual se vale el autor para degradar el lenguaje recargado de los modernistas. Pocaterra expresa su rechazo al modernismo con una propuesta estética diferente, y con un realismo de una calidad excepcional expresa su crítica deformando en sátira y caricatura los rasgos estilísticos principales.
En el cuento “Las Linares” caricaturiza la apariencia externa de los personajes, sin dejar a un lado sus rasgos espirituales que resalta y enaltece al tratar de conmover al lector, esto se puede observar en el siguiente fragmento:
“¡Pero las cejas...! las cejas de todas ellas que son dos bigotes invertidos, dos montones de pelos negros y ríspidos, en arco de treinta y seis grados hacia las sienes.” [5]
Y más adelante:
“-Sí, bajo aquellas cejas siniestras, en el fondo de los ojos, vio el alma... el alma de las mujeres feas, el alma supremamente virgen que nadie ha turbado... [6]
Con estos ejemplos citados se observa un contraste a través del cual el autor deja colar un mensaje al lector, al hacer referencia a esas personas que “ven pero no miran”; resaltando así la espiritualidad de aquellas mujeres, como antítesis de lo físico.
La propuesta estética de José Rafael Pocaterra buscaba la innovación en la expresión con un estilo rudo que iba a la par con su actitud de denuncia social, por eso en cada uno de sus cuentos planteaba un aspecto de la realidad del país, especialmente a través de su obra “Cuentos Grotescos”, muestra su inconformidad cincelando un vigoroso realismo ante la realidad nacional; a su vez es importante destacar que el autor no descuida su marcada intención de apartarse de la temática y el estilo de la corriente modernista, para esa época ya en franca decadencia.
En el cuento “Las Frutas muy Altas”, resalta las injusticias sociales, con la evidente separación de los niveles sociales por la educación y las circunstancias, donde el personaje “José la O” es víctima y juguete de la sociedad, simbolizada por la señorita “Cecé”:
“La señorita Cecé, sin duda, leía las novelas de Jorge Sand y quizo vivir su idilio campesino, sólo que el pobre José la O no sabía leer y jugó un papel en el pasatiempo de la señorita Cecé con toda la fuerza que despiertan en la precocidad tropical esas agrias pasiones de la adolescencia.
Tardes doradas en el ribazo del río, bajo los jabillos, con el libro caído en el regazo, y él echado a sus pies, sin hablar, mirándola a los ojos... a ratos le hacía ella una caricia rápida, y él basaba la mano linda, cuidada...” [7]
En el cuento “Los Come-muertos”, Pocaterra fusiona el ambiente, los personajes y los sentimientos en un sólo elemento: lo feo.
“...fealdad del paisaje, de los habitadores, del concepto mismo que tenía la ciudad hacia aquel torpe rincón del cementerio donde vivían unos italianos que comían muertos.” [8]
Con una intención evidentemente crítica, el autor muestra en este cuento la hostilidad hacia el extranjero por parte de una sociedad agresiva y cruel, en donde hasta los niños son capaces de albergar instintos de maldad, como se recoge en el siguiente fragmento del mismo cuento:
“Y todos los chiquillos, cuando pillábamos de paso a la pelirroja y a sus hermanos los acosábamos a motes, a injurias, a pedradas...” [9]

Pocaterra tiene claro su objetivo de resaltar valores como la humildad y el sacrificio, y despertar el amor hacia los niños desvalidos en una sociedad donde cierto grupo de personas goza de privilegios y se da el lujo de cometer toda clase de atrocidades. Por eso a través de sus obras fue mostrando un abanico de injusticias. En el cuento “De Cómo Panchito Mandefuá Cenó con el Niño Jesús”, el autor presenta su verdad sin esgrimir la sátira o la burla, por eso tal vez tiene un acento diferente a sus demás cuentos, aquí destaca el drama conmovedor del muchaco marginado, pero que en medio de su miseria disfrutaba de la libertad a su manera y hasta prodigaba una ayuda.
“¡Era un botarate!... Quien le mandaba a estar protegiendo a nadie... Y sentía en su desconsuelo de chiquillo una especie de loca alegría interior... ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta archipetaquiremandefuá...!” [10]
La generosidad y el sacrificio se pueden palpar en ese fragmento donde resalta la satisfacción del muchacho al dar con alegría, con sinceridad.
Estos aspectos mencionados en la obra de José Rafael Pocaterra permiten afirmar que en su concepción grotesca el hombre se encuentra atrapado y solo, prisionero del ambiente donde se desenvuelve y víctima de la sociedad a la que pertenece.
Para llevar a cabo su proyecto narrativo en medio de su empeño de crítica social, se apegó a las técnicas de la escuela realista dentro de la corriente del naturalismo satírico; fundamentándose en el ambiente humano de su época, coordinó con destreza los elementos del lenguaje literario para presentar una obra narrativa con validez.
Como se ha afirmado la propuesta narrativa de Pocaterra, iba en busca de un lenguaje directo, pero a la vez con calidad estética; para lograrlo, entre los recursos literarios, trabajó mucho con el uso de las imágenes sensoriales. Esto indica su preocupación por establecer una comunicación con sus lectores, ya que ha través de los sentidos se puede alcanzar ese contacto del ser humano con el otro; encontrándose un frecuente uso de imágenes sensoriales en su creación literaria. Como se percibe en el siguiente fragmento tomado del cuento “El Retrato”:
“...Y el insoportable olor a guayaba, el agudo y áspero aroma que exhalaba la casa hacia la vieja calle del barrio.” [11]
Aquí se vale de esta imagen olfativa para hacerle sentir al lector el desagradable aspecto de la casa venida a menos moralmente, junto a la familia que la habitaba. Y en el cuento “El Ideal de Flor” se encuentra otro fragmento donde el autor usa nuevamente este recurso:
“Y el estrépito de las sonajas de hierro y el jadeo de la locomotora... parecía decirle a su corazoncito: sotolongo, sotolongo, sotolongo...” [12]
En este ejemplo la imagen auditiva se asocia con los sentimientos de la protagonista, con una clara intención de burla hacia los poetas modernistas, representados en el cuento por el personaje J.P. Soto-Longo.
Además de estas imágenes sensoriales que conectan al individuo con el medio exterior; también utilizó, aunque con menos frecuencia las imágenes oníricas con la intención de acercarse a la psicología de los personajes; este recurso se aprecia en el siguiente ejemplo tomado del cuento “Una Mujer de mucho Mérito”:
“Tuve pesadillas horribles: soñaba que... Pancho Villa, montando un revolver sobre mi nariz, asesorado por ella, me obligaba a devorar hasta el apéndice un Tratado de las Sociedades Civiles y Mercantiles.” [13]
Sin embargo, esta incursión de José Rafael Pocaterra en los procesos del inconsciente no resulta atractiva, ya que ese mundo que presenta pertenece a la concepción del autor, y esto le impide al lector ver el mundo desde dentro del personaje. En ese ejemplo presentado se puede observar que el sueño está reproducido minuciosamente, pero más bien con la intención de entretejer la imagen con la posición crítica de Pocaterra, ante la actitud ridícula de algunas mujeres que alardeaban de sus conocimientos.
Su narrativa se enriquece más cuando hace descripciones para presentar un ambiente, con el uso de elementos como el símil, utilizado para complementar el sentido de la obra:
“Como un llanto veía correr el agua por los vidrios de la ventana.” [14]
O cuando el autor recurre a la comparación para resaltar las emociones o los sentimientos de los personajes, como en el siguiente fragmento de “Patria, la Mestiza”, donde se hace evidente la turbación de la protagonista:
“Se llevó la mano a la frente... roja como las flores del apamate.” [15]
De todo lo expuesto hasta ahora se desprende que en la narrativa de Pocaterra se puede apreciar una dualidad en el estilo: el lenguaje del narrador que presenta los hechos como observador, pero que a veces se permite intervenir para hacer comentarios o dar su opinión, y los diálogos que se aproximan considerablemente a la lengua cotidiana; dejándose oír los personajes tal como son y dándole fuerza expresiva al texto, como en “La I Latina”, donde está velada la intención del autor y el cuento alcanza una calidad literaria superior.
El autor en este cuento logra un estilo de tal fuerza expresiva que llega a atrapar en una sola frase la estructura conmovedora de un episodio:
“La señorita murió esta mañana a la seis...” [16]

IIEL CONTENIDO SOCIAL DE “CUENTOS GROTESCOS”
José Rafael Pocaterra al tomar conciencia del problema que su tiempo le planteaba, en cada uno de sus cuentos presenta un aspecto del medio social, de esta forma enlaza su creación literaria con la posición política que ocupaba, con sus ideales y con la realidad del país.
Surge entonces una interrogante que es necesario responder antes de incursionar en el contenido social de “Cuentos Grotescos”: ¿Cuál era la realidad de Venezuela? En primer lugar es necesario reconocer que el país vivía una etapa donde era evidente el predominio de la tiranía sobre la libertad; en segundo lugar, un ambiente de decadencia moral, de estas dos realidades se desprendía una tercera: el imperio del terror y la violencia.
Enmarcado en estos aspectos el autor va dejando en cada cuento su visión de la realidad social del país. En el cuento “La casa de la Bruja” destaca la agresividad de la autoridad, por demás ignorante, que arremete contra una indefensa mujer, cuya única culpa era cargar con un hijo enfermo:
“El consabido andino y Jefe Civil oyó gravemente la denuncia... el funcionario apoyó la demanda. ¿Acaso él no sabía a que atenerse con las gentes ociosas y mal entretenidas?... rodeó la casa misteriosa. Y con el Jefe Civil a la cabeza se deslizaron ocho hombres por debajo de la palizada... la infeliz protestaba enérgicamente de aquel atropello... Ultimadamente con la autoridad no se discute.” [17]
Ese era el gobierno de Gómez, representado por el Jefe Civil, que atropellaba a una “infeliz”, símbolo del pueblo pobre y desamparado. Como en toda tiranía no se respetaba el derecho del ciudadano, ni siquiera dentro de su casa y lo que es peor la autoridad generalmente estaba en manos de ignorantes. En este ejemplo el autor representa a su personaje “la bruja”, atrapada por las fuerzas sociales y víctima de ellas, como fiel reflejo de la realidad.
Con ese mismo propósito crítico se desarrollan las acciones del cuento “La Mista”, donde se presenta la figura del humilde y honrado maestro de escuela; revelándose el poco respeto que se tenía en el país por la educación y sus maestros, que sin oportunidades para acercarse a las inaccesibles autoridades no tenían otra opción que sucumbir en el olvido. En este cuento aparecen reflexiones como la del personaje “el pulpero” que al hablar con “el maestro”, le dice:
“¿Y qué hace usted con todo lo que sabe? ¡Pa morirse de hambre no es menester saber eso!” [18]
Y más adelante:
“En este país, pa pedir argo y que le atiendan a uno, tiene que ser General.” [19]
Pero, “el maestro” que anhela mejores tiempo y no pierde la fe en sus gobernantes insiste en busca de oportunidades y llega hasta la súplica desesperada:
“-Oiga jefe; oiga... es que yo estoy citado... mire, vea la tarjeta...” [20]
Todo para oír la fatídica respuesta:
“-Mire, viejito... usté tiene tres días perdiendo su tiempo... tarjetas como la suya tiene todo el mundo. Esas se la mandan a la gente para quitárselos de encima... Mejor despeje.” [21]
Pocaterra muestra a través del pobre maestro de escuela una trascripción de la verdadera situación del país, con la intención de resaltar la injusticia, el abandono y el olvido en que se encontraba la educación, pilar fundamental del progreso del país.
Pocaterra utiliza la deformación grotesca en su creación literaria para resaltar las desigualdades sociales con el objetivo de contribuir en la búsqueda de un cambio en la sociedad en la cual vivía. Con este fin se vale de la exageración de algunos rasgos físicos, que lo llevan a la caricatura; también utiliza la sátira para resaltar algún aspecto que merezca una crítica, acentuando situaciones desagradables, ridículas o negativas.
Con el propósito de destacar las desigualdades sociales, muestra una realidad que le permite proyectar partiendo del venezolano común la visión del momento histórico que se vivía. El autor destaca estos aspectos en busca de producir un estímulo en el lector y a la vez convertirse en un instrumento para comunicar la desvalorización de la sociedad en la cual se desenvolvía. Sintiéndose en el deber de intervenir con sus obras en una función pedagógica, plegándose a un esquema previo moralizante.
En el cuento “Familia Prócer”, se refleja la decadencia de aquellas familias con antepasados que se destacaron en la independencia:
“No quedaba para ellos sino la casa, como el último lazo de unión con el pasado.” [22]
Aquí el autor presenta “la casa” como reflejo de lo perdido e interpretan el sentimiento de los personajes sobre lo que ya no se tiene.
Pocaterra pinta con detalle y de forma irónica y acusadora tipos como “Ramoncito” que hundido en el alcohol y la desvergüenza no le queda más que vanagloriarse orgulloso:
“¿Qué aquí no hay energías? Mire, no diga eso: yo soy de una gente que, no es por alabarme, pero en mi familia, mire vale, ninguno puede decir que ha visto llorando a un Errazúriz. No crea tonterías: el porvenir es nosotros los venezolanos que somos gente.” [23]
En este mismo cuento se hace alusión al calvario que viven las mujeres que tienen “un borracho” en su familia:
“Y otra voz dulce y conocida, ¡Ah, tan dulce y tan conocida, que era la de ella, de su hija!, la de todas las madres y las esposas y las hermanitas venezolanas que desnudan pacientes, al borracho de la casa, a altas horas, cuando la faz colérica del cerro se esconde en las tinieblas de la montaña.” [24]
De esta forma va detallando la decadencia de estas familias, la manera en que caen en los peores vicios, debilitándose moralmente, hasta ser presa de sus propios errores. Pocaterra con estos planteamientos a través de “Cuentos Grotescos” muestra las características del momento que vivía el país, donde imperaba el terror y la violencia. Pero esto no sucedía solamente con las autoridades, esta violencia también era común en el seno de la familia, donde la mujer estaba sometida a la violencia del hombre, quien detrás de una falsa moral, ocultaba los más oscuros propósitos.
En el cuento “Familia Prócer”, citado anteriormente, Pocaterra crea una situación grotesca al presentar el contraste entre “Ramoncito”: borracho y degenerado, frente a la inocencia de su hermana solterona:
“Ramoncito, hijo, entraba trastumbándose, profiriendo palabras obscenas, frases innobles, apoyado en el brazo de la hermana, dejando un vaho de ron, de desastre y de vómito por todos los largos corredores, mientras la virgen pálida lo llevaba hasta el lecho...” [25]
En el prólogo de la novela “Política Feminista o el Doctor Bebé”, afirma que los personajes de sus obras son tomados de realidad; es decir, pertenecen al medio que existe fuera de las obras, son auténticos representantes de la venezolanidad, a los cuales se les ha exagerado sus cualidades o sus defectos para lograr su caracterización, con el fin de resaltar la existencia de determinados tipos humanos.
En el cuento “Bastón Puño de Oro”, se plantea el caso del victimario que se convierte en víctima; presentando la mediocridad de aquellas personas sin escrúpulos, que no se detienen a la hora de perjudicar a sus semejantes para obtener beneficios personales.
“No mijita, con lo que tenemos basta por ahora. Después tú verás como yo logro que boten a Ursulino de “la casa” y así me aumentarán.” [26]
Y lo logró, “Ursulino fue botado y a él, le aumentaron. Y para resaltar la desvalorización de estos empleaditos de clase media, logra el contraste cuando “Ursulino” regresa como director de un Ministerio y le roba la mujer. Su decadencia queda plasmada cuando detrás de unas falsas palabras oculta su ruina, no sólo moral sino también material.
“-Y sobre todo, chico, hacerme eso a mí! A un hombre de mi conducta...” [27]
De forma irónica y como símbolo de la ruina de su dueño “el bastón puño de oro”, también se había desvalorizado:
“El bastón puño de oro, recuerdo de mi familia, había perdido el regatón y estaba arreglado con una cápsula de revolver...” [28]

IIIRETAZOS DE UNA AMARGA REALIDAD
Para comprender la creación artística de José Rafael Pocaterra es necesario encontrar en ella el sentido de lo grotesco, rasgo que el autor manejó con soltura, y utilizó como una constante en sus obras al referirse a las situaciones humanas; tanto de los hombres entre sí, como las de los hombres con el medio. Estas situaciones con las cuales muestra diferentes facetas de la realidad recreada por él, no son situaciones transcendentales, sino realidades cotidianas que se le presentan a cualquier persona corriente; en efecto, los “Cuentos Grotescos”, van mostrando una sucesión de cuadros, situaciones y personajes que hallamos a diario, a la vuelta de la esquina, arrancados del diario discurrir; pero con un sabor áspero y amargo que deja a través de su concepción grotesca de la realidad, que logra con el uso de elementos como la exageración, la deformación, comparaciones y contrastes de los hechos y los personajes.
En el cuento “El Aerolito”, presenta el caso de la mujer abandonada con su hijo, situación muy común en la sociedad venezolana.
“María tomó su costura...
Terminado aquello, los catorce reales estaban comprometidos ya... ¿Podría disponer de tres bolívares, siquiera, para regalarle al niño la caja de soldados de plomo que lo desvelaba hacía un mes?” [29]
Esa era la existencia de “María”, quien lo poco que ganaba apenas le alcanzaba para subsistir con su pequeño hijo. En este cuento el autor da a conocer a través de las primeras escenas, momentos del pasado feliz de los personajes; luego orienta su crítica con la presentación de la escena de donde se ha tomado el ejemplo, y en el cual se pone en evidencia con el tono amargo de las palabras de “María” en su diálogo consigo misma el efecto grotesco, al producirse un contraste que revela lo negativo de la situación que vive en ese momento:
“Y él; el ingrato, estaría con la otra... como con ella ahora cinco años... es que ella nomás, en la alegría universal, era la única que lloraba sobre su labor de catorce horas, con los ojos cansados, con el alma plena de amargura, con aquel hijo que era el último refugio de su corazón”. [30]
Así continúan discurriendo los pensamientos de “María”, para mostrar el desenlace cruel de la realidad cotidiana de las mujeres engañadas.
Esa es la cuentística de José Rafael Pocaterra, un punto del que saltan con mano firme retazos de una amarga realidad. Como en “Claustrofobia”, donde presenta el caso del sujeto que envenena a su mujer y después cuenta que murió tuberculosa.
En este cuento está presente la temática de la muerte, aspecto que utilizó como una de sus constantes y donde el autor deja escapar su don poético al describir los estragos que la enfermedad producía en el personaje:
“Pero se agravaba. La fiebre le hacía en los pómulos como dos mordiscos rojizos. Y los ojos enormes le comían el rostro”. [31]
Aquí se percibe una sutil delicadeza al describir la crueldad de la enfermedad con la intención de conmover al lector con palabras que ponen de relieve situaciones tristes e irremediables:
“... ruina de una belleza de largas líneas ondulantes que era un sólo ritmo de gracia...” [32]
Utiliza el lenguaje poético para acentuar las miserias de la enfermedad, logrando nuevamente el efecto grotesco, justamente por el contraste que se evidencia con sólo anteponer una expresión descarnada a la descripción de la belleza del personaje.
En “La Llave”, presenta el relato de las aventuras de uno de esos hombres recién casados, que la ingenua esposa descubre impulsada por la astucia de una amiga.
A la reacción de la mujer, el marido tiene que valerse de toda clase de triquiñuelas para poder justificarse:
“-Mira, voy a darte prueba definitiva, vidita, ¿todo es esta fulana llave?... Pues... mira...
Y desde la mesa, por sobre la cancela de romanillas, la arrojó al techo. Saltó entre las tejas, rodó un poco y cayó, sonora, en la canal.
¡Se acabó lo de la llavecita!.” [33]
El efecto grotesco se desprende del comportamiento del marido. Pocaterra aquí no interviene con descripciones aunque se supone una intención o posición del autor.
Aparentemente el marido tuvo un gesto elevado, pero al final del relato su conducta revela todo lo contrario; pues a la mañana siguiente le dice al jardinero:
“-Oye, López, antes de que se despierte la señora, ve si te subes al techo y allí, en la canal del pasadizo, me consigues una llavecita de níquel, así larguita... ¡tú la conoces!” [34]
Y seguimos con ese clima especial que hay en las narraciones de Pocaterra: La señorita de “La I Latina” fue figura muy común en la escuelita de las primeras letras, por donde pasaban casi todos los niños de la época, en este caso está deformada por la caricatura en su apariencia externa:
“La I latina, la mujer flaca.
y se me escurría de un modo irremediable la figura alta y desmirriada de la señorita...” [35]
Pero al mismo tiempo se resalta su dulzura y resignación:
“... y comenzaba a señalar las lecciones con una voz donde parecían gemir todas las resignaciones de este mundo.” [36]
Y en el cuento “El Ideal de Flor”, se encuentra a la protagonista, la enamorada ideal del poeta Juan Pedro Soto-Longo, quien al conocerlo queda defraudada por su conducta, en este caso la caricatura es degradante al establecerse un contraste entre la imagen que ella se había creado y la realidad.
“Y al salir... a empellones del policía, diciendo excusas vergonzantes, gritando su título de altísimo poeta, sin flor ninguna en el ojal del flux ajado y mugriento, sucio el cuello, chapado el sombrero sobre una melena cerdosa, todo ebrio... todo ruin, pasó el ideal de Flor, bajo el puño de los gendarmes, dando tumbos como si en realidad pisase la pendiente moral de su vida.” [37]
De esta forma el autor ofrece algo diferente a las narraciones de sus contemporáneos, con ese estilo distinto, presenta una verdad intensa y humana.
José Rafael Pocaterra hace desfilar ante el lector el desenlace de la realidad cotidiana, que sin constituirse en una temática común para todos sus cuentos, se puede palpar que existe cohesión de la obra en general con un especial sentido de crítica. Presenta el caso de niños que sufren desgracias e injusticias como el niño de “Las Frutas muy Altas” o la muchachita de “Los Come-muertos”; también mujeres que aparecen casi siempre como víctimas de los hombres, esto se observa en “La Casa de la Bruja”, igualmente hace alusión a asuntos familiares en algunos cuentos como: “Familia Prócer” y “El Retrato”.
Toda esta galería de personajes se encuentran atrapados en un ambiente compuesto de situaciones cotidianas, de pequeños detalles que constituyen el discurrir de la vida diaria; utilizados por el autor para dejar constancia del momento que vivía el país.
Como se ha determinado a través de los ejemplos presentados, se revela una lucha entre los personajes y el medio social que los abrumaba. Degradando los momentos culminantes de la vida, el autor logra su fin en la búsqueda de lo grotesco.
La actitud de Pocaterra con el uso de un lenguaje descarnado estaba en franca oposición a otros escritores venezolanos de su época, que más bien buscaban la belleza de la forma; esto provocaba un contraste que le permitía mostrar su visión grotesca de la vida.
Pocaterra tenía la aspiración de reformar la sociedad influyendo sobre ella a través de la literatura, que era para él expresión de la verdad. En esa búsqueda de la fidelidad en sus narraciones el autor no descuida el paso del tiempo. En el cuento “El Retrato”, se lee:
“Seguramente tuvo vidrio, y uno de los chicos le dio el consabido golpe; el marco de cañuela dorada, ahora oscuro, broncíneo, matizado por las moscas, sufría también los rigores del tiempo.” [38]
Aquí se puede observar una descripción de los cambios que el tiempo produjo en “el retrato”, para introducir al lector en los acontecimientos. El autor logra además el efecto grotesco al resaltar el estado deplorable del retrato que adquiere un carácter simbólico al vincularlo con descenso moral y la decadencia de la familia.
Entre las diferentes situaciones humanas a las que Pocaterra hace alusión en sus obras aparece la muerte, como una constante, y concebida de manera muy particular sólo en su materialidad, ya que no plantea la espiritualidad después de ella. Esto se ve plasmado en el siguiente fragmento tomado del cuento “La Mista”:
“Pero no nació. El pobrecillo creyó que aumentaba la ya numerosa hueste del pobre Heredia. Le lloraron como si con el muertecito no les librara la suerte de un pedazo de miseria...
Ante esta desgracia terrible de que se perdiera una boca donde nueve iban ayunando, Don Epaminondas protestó:
¡Carrizo! ¡Lo que es el otro hijo que venga no se me muere por falta de recursos!” [39]
En este cuento, Pocaterra hace alusión a la muerte reflejada como fatalidad de las conciones de vida, haciendo evidente su propósito crítico.
En la novela “Política Feminista”, produce el efecto grotesco, en la escena de la muerte del “padre Benítez”, presentando ante lo trágico del momento, una situación cómica:
“Un torbellino de mujeres invadió la habitación.
El santo varón sobre un catre de copetes, hacía pucheros.
¡Un viento encajado! -Clamó Emérita.
Era la agonía, la agonía angustiosa de los hidrópicos, hestertorosa, desesperada.
Se encendió la vela del alma.
Emérita se oponía:
Les digo que no, que es un viento encajado.-
Y ahuecando las almohadas, comenzó a sobarle las espaldas... Todos le rodeaban. Misia Justina trataba de hacerle sujetar la vela. Unas pedían paregórico, otras improvisaban ventosas con un vaso y un algodón encendido... El santo varón, escondiendo las pupilas dilatadísimas en el agua amarillenta de la córnea abrió más la boca...
Emérita exclamó:
Es un eructo... ¿ya ven? ¡viento encajado!
Y cuando cayó sobre las almohadas rendido por el esfuerzo, las mechas grises pegadas a las sienes, agregó:
¡Ya lo echó!
Pero el santo varón estaba muerto.” [40]
La realidad de la muerte no es sublimada por el autor, por el contrario, cuando en este caso describe con detalles las manifestaciones externas de la agonía, lo conmovedor del momento es ridiculizado. En este sentido el autor deja plasmada una característica de los naturalistas y positivistas, para los cuales la vida se limita sólo a la materia. En el ejemplo citado se hace evidente que los presentes esperaban la muerte del padre Benítez, y se observa también que ante la situación una de las mujeres se preocupa por encender “la vela del alma”, con la intención de cumplir un rito religioso, pero no hay una manifestación de fe, es solamente para cumplir su deber ante una tradición.

IVLA OBRA DE POCATERRA: PRODUCTO DE UNA ÉPOCA
José Rafael Pocaterra surge en el ámbito de la narrativa venezolana con una visión diferente de la propuesta por otros autores de su época, destacándose dentro de la corriente realista como conocedor del hombre venezolano; él manejó su creación literaria dentro de la perspectiva del momento que vivía el país y de esa vivencia histórica se nutre para conformar su obra dentro de una praxis social donde no descuida lo religioso, lo político, la condición familiar y educativa; así como la naturaleza misma, parte fundamental del ambiente de su obra.
Esto da como resultado el uso de un lenguaje a través del cual estableció una diferencia bien marcada con respecto al utilizado por los modernistas, a quienes criticaba abiertamente tomando aquellos rasgos estilísticos que destacaban para exagerarlos, en su afán de criticar sus actitudes falsas y rebuscadas. En un ejemplo tomado de la novela “Tierra del Sol Amada” parece plasmada esta situación:
“El bardo que te adora tenazmentedice su verso en tu loor, divina,que a tu gracia gentil y palatinaunes una mirada opalescente...” [41]
En esta composición “Céspedes” es ridiculizado como poeta modernista, no sólo por las personas que lo escuchaban, sino también por el mismo autor al resaltar su actitud y su falta de modestia.
En el cuento “El Ideal de Flor”, también se hace alusión a uno de estos poetas, a quien Pocaterra ridiculiza estableciendo un contraste entre la imagen que la protagonista se había formado del poeta y la realidad. Él se muestra sarcástico con respecto a la realidad para que el lector penetre en ese nuevo lenguaje. Pero, a la vez es un lenguaje sencillo, cotidiano, donde va presentando sus personajes; como ya se dijo, con un lenguaje sencillo, pero en ningún momento descuidado.
En ocasiones también aparece la opinión del autor, tal vez por eso de que ninguna obra es depurada totalmente o despojada de la carga ideológica, y en el caso de Pocaterra para subrayar su intención moralizante o crítica.
Un ejemplo aparece en el cuento “La Casa de la Bruja”, donde interviene al final del cuento, ya fuera del argumento:
“Cuando encuentres, al paso, en las calles desiertas de tu ciudad natal, una de esas ancianas que parecen huir, encorvadas y tímidas, amparándose a la sombra irrisoria de los aleros o refugiadas de la lluvia en el quicio de algún portón, no les quites la acera ni vuelvas el rostro con disgusto. Tú no sabes, ¡oh transeúnte! Que prodigio de heroísmo, abnegación y de amor ocultan a veces esos mantos raídos de pobres viejecitas brujas.” [42]
A través de la lectura de sus obras, se observa que el lector escribe tal cual ve el mundo y sus calamidades, su obra es producto de la época, es el reflejo de los males que aquejaban al país; donde deja entrever una patria llena de enfermedades, de ignorancia y de barbarie; el mismo dice en el prólogo de “Cuentos Grotescos”:
“Esos trozos de ambiente, son el ambiente de mi literatura. Ni rectifico, ni sacrifico: narro.” [43]
Así se puede ver como la posición estética de Pocaterra no sólo fue de enfrentamiento al modernismo, sino que también la utiliza para colocar al hombre en primer plano con el paisaje como complemento; como en sus novelas “Tierra del Sol Amada” y “Vidas Oscuras”, donde los personajes y los hechos además de ser criollos, son de la vida real.
Otro aspecto que no se puede obviar, es la posición política del autor, de lucha contra los gobiernos de la época, y para esto utilizó sus obras como arma de combate.
En “Memorias de un Venezolano en la Decadencia”, se expresa de la siguiente manera:
“Los Ministros, los políticos de Caracas y del interior, los cortesanos, los adherentes, los trepadores, los crustáceos: ¡la fauna de estos últimos tiempos! Y hasta la flora porque notábase allá y acá algún infeliz chayota.” [44]
Estas comparaciones con animales le permiten producir el efecto grotesco, para empequeñecer a los funcionarios del gobierno.
Y esa misma intención de rechazo y degradación la aplica en otro fragmento de la obra citada anteriormente:
“Cazurronamente acecha, como los caimanes con la jeta abierta que permite a los cucaracheros limpiarle los colmillos.” [45]
En este caso se está refiriendo al General Gómez, quien esperaba como un “caimán” para arrebatarle el poder a Castro.
Haciendo referencia nuevamente al lenguaje utilizado en sus obras, se observa cómo establece ese contraste que existe entre las expresiones del hombre de la ciudad y el del campo.
Pocaterra utilizó aquellas voces y giros del lenguaje que reflejaban el habla del venezolano de la época:
“-¡Cristiano! ¡que por poco jace botá el café!” [46]
Esta expresión se encuentra en el cuento “Rosa Sabanera”. Y en el cuento “Las Frutas muy Altas”, se lee:
“-Contrimás grande sea el peje, más cabulla se le afloja... asina... asina...” [47]
En estos casos el autor no perseguía de ninguna manera un fin criollista, sino una forma de destacar la condición marginal de la lengua de los campesinos, además de resaltar la cualidad iletrada de los personajes.
Cuando pone a hablar a los habitantes de la ciudad, destaca la influencia extranjera con el uso de vocablos ingleses y franceses, poniendo así de manifiesto lo artificial de los modales. En el cuento “Las Hijas de Inés” aparece un ejemplo al respecto:
“E Inés, con su francés de San José de Tarbes, y del viajecito a Europa, condescendiente, suspirando:
¡L´amour ne peut rien refuser a l´amour!” [48]
Y en el mismo cuento:
“Veíasele frecuentemente de golfista en el campo con su grupo de americanos: y todo era okey y buenas conexiones.” [49]
Ya se ha mencionado el elemento político presente en las obras de José Rafael Pocaterra como parte del momento que vivía el país, retomando ese aspecto plasmado en otro de sus cuentos, donde se hace alusión a la inconformidad contra el gobierno de la época, en “Patria, la Mestiza”, se lee:
“... un nombre breve y heroico que saltaba siempre de los labios de los desertores, de los heridos, de los mismos oficiales realistas que desmontaban en el corredor de “La Primavera” a echar un trago, hacía brillar chispas de entusiasmo en los ojos del joven Zaldivar y dejábale siempre pensativo, la cabeza llena de ensueños...” [50]
Esa ansiedad del “joven Zaldivar” simbolizaba la inconformidad de la juventud, a pesar de ser campesino, el protagonista siente el ansia de la libertad:
“Nunca como entonces sintiera la pesadumbre de aquel vivir, del oficio aquel, de todas las pequeñas tristezas y los míseros menesteres que según su padre eran “el trabajo” y “lo único” que dignificaba a los hombres...” [51]
Además en este cuento se establece un enlace entre la situación contemporánea y las guerras de independencia a través del recuerdo del “viejo”, que condenaba la guerra con energía, en contraste con los pensamientos de su hijo.
Y en ese universo social, donde unos y otros se complementan, y donde los valores de la vida se han formado; el autor descargó todo el peso de la crítica de su arte narrativo en la clase media provinciana, no descuidó a burócratas y solteronas; resaltando gazmoñerías y prejuicios. Abarcó los contextos urbanos no sólo de la capital, sino también de ciudades como Valencia, donde nació, y de Maracaibo. Perseguía la destrucción del orden social desvalorizado que existía; exaltando lo ridículo.
En la búsqueda de penetración en los problemas éticos, se vale del elemento religioso, haciendo alusión a la pérdida del respeto, como una de las causas de la degradación moral, en la novela “Vidas Oscuras”, se plantea este caso:
“Sintiose sonreir; se persignó, asustada de la impiedad, queriendo arrojar lejos una multitud de sombras conocidas que trataban de hacerse presentes en el limbo de su imaginación... y era el bigote en punta de él que hacía cosquillas... la primera vez...
Dios mío... perdóname Señor...” [52]
Aquí “Elisa” muestra poco respeto en el templo con su actitud adúltera. La deformación grotesca se logra al desencadenarse una pasión amorosa entre la esposa de un Ministro y una persona insignificante, como se ve por la descripción de sus rasgos que hace Pocaterra; además al desvirtuar esa pasión demuestra también la fragilidad del matrimonio, y la conducta que podría ser común en otras damas de la sociedad.
Todos estos elementos utilizados van más allá de la presentación de la realidad, ya que detrás está plasmada la intención del autor para acentuar la situación del país.
Pocaterra asume entonces la responsabilidad de enfrentarse a la situación, objetivo que se propone, no sólo incursionando en la política, sino también a través de su obra; que en ningún momento estuvo divorciada de su posición política, ni de sus ideales, más bien fue un testimonio de su tiempo, dejando en sus obras una visión de la realidad venezolana.
Hay que ubicarse en la época en que vivió José Rafael Pocaterra para comprenderlo con más exactitud y precisión; la Guerra Federal, una vez finalizada, había dejado sembrada la idea de libertad e igualdad social, abriéndose a su vez procesos de inestabilidad política y caos; de allí surgen las figuras de Castro y Gómez quienes a través de largos años de dictaduras se imponen en el país; pero, como es natural, traen consigo decadencia moral, injusticias, violencia, terror y muerte.
En la novela “Vidas oscuras”, Pocaterra muestra parte de estos males que aquejaban a Venezuela donde las oportunidades que habían eran el trabajo de la tierra o un puesto burocrático, para configurar este ambiente, presenta a los hermanos Gárate:
“... Tú y yo somos todo el país: yo el pendejo que trabaja, el que aguanta, el que cree en antiguallas de dignidad, de vergüenza, de honradez, el que mantiene a los zánganos hasta quedar arruinado para merecer luego su desprecio... Pero el castigo de ustedes, los pasados de su fila, de su partido, de su casta; el castigo de los transados viene detrás, ahí mismo, con el negro Estranón hijo de los esclavos de mi padre; ese es el que viene al poder a que tú le sirvas, a que le laves las patas, a que le des una hija tuya, una Gárate blanca... ¡Yo me voy de aquí, a morirme bien lejos... Esta es una gusanera incurable...! [53]
Estos hermanos personifican a su vez a dos grupos sociales: hacendados apegados a las viejas virtudes conservadoras y políticos liberales. El autor asume una actitud de condena a esta sociedad con el fracaso de los protagonistas, quienes se acusan recíprocamente de que sus vidas son oscuras:
“... ¡tú no puedes dejar de ser lo que eres ni tu vida oscura!...
¡Mi vida oscura!, ¡mi vida oscura!
¡tú, tú quien me lo dice! A mi que te he formado,... sin egoísmos, sin mezquindades,... arruinándome por tus patrañas, por tus vagabunderías que tu llamas política... ¡Mi vida oscura!
Entre las vidas de nosotros dos,...
Entre esas dos vidas... ¿cuál, cuál es la oscura?” [54]
Estos hermanos son aniquilados por la hostilidad de las circunstancias, diferentes en cada caso. Sufren las consecuencias de la realidad del momento histórico:
“Como un escombro que cae, se echó sobre el brazo de la butaca...” [55]
Aquí, el autor simboliza el fracaso y la frustración de los ideales de progreso fundamentados en el trabajo y la honradez.
Es evidente que a través del diálogo entre los dos hermanos, José Rafael Pocaterra subraya la actitud de ese grupo social de burgueses oportunistas, colaboradores y cómplices de un sistema que tenía arruinado al país. Se muestra escéptico ante la posibilidad de una salida para esa crisis a través de las palabras de Don Crisóstomo:
“Esta es una gusanera incurable...”

Notas
[1] POCATERRA, José Rafael. (1989). Cuentos Grotescos. Monte Ávila Editores. Caracas. Pág. 56.
[2] Obídem. Pág. 211.
[3] Obídem. Pág. 169.
[4] Obídem. Pág. 373.
[5] Obídem. Pág. 65.
[6] Obídem. Pág. 69.
[7] Obídem. Pág. 297.
[8] Obídem. Pág. 158.
[9] Obídem. Pág. 158.
[10] Obídem. Pág. 33.
[11] Obídem. Pág. 179.
[12] Obídem. Pág. 207.
[13] Obídem. Pág. 192.
[14] Obídem. Pág. 88.
[15] Obídem. Pág. 234.
[16] Obídem. Pág. 62.
[17] Obídem. Pág. 271.
[18] Obídem. Pág. 306.
[19] Obídem. Pág. 310.
[20] Obídem. Pág. 313.
[21] Obídem. Pág. 314.
[22] Obídem. Pág. 195.
[23] Obídem. Pág. 201.
[24] Obídem. Pág. 198.
[25] Obídem. Pág. 197.
[26] Obídem. Pág. 37.
[27] Obídem. Pág. 40.
[28] Obídem. Pág. 40.
[29] Obídem. Pág. 217.
[30] Obídem. Pág. 217.
[31] Obídem. Pág. 87.
[32] Obídem. Pág. 88.
[33] Obídem. Pág. 48.
[34] Obídem. Pág. 48.
[35] Obídem. Pág. 59.
[36] Obídem. Pág. 61.
[37] Obídem. Pág. 211.
[38] Obídem. Pág. 179.
[39] Obídem. Pág. 308.
[40] POCATERRA, José Rafael. (1990). Política Feminista o el Doctor Bebé. Monte Ávila Editores. Caracas. Pág. 118.
[41] POCATERRA, José Rafael. (1990). Tierra del Sol Amada. Monte Ávila Editores. Caracas. Pág. 354.
[42] POCATERRA. Cuentos Grotescos . Pág. 275.
[43] Obídem. Pág. 11.
[44] POCATERRA, José Rafael. (1989). Memorias de un Venezolano en la Decadencia . Monte Ávila Editores. Caracas Pág.196.
[45] Ibídem. Pág. 112.
[46] POCATERRA. Cuentos Grotescos. Pág. 93.
[47] Obídem. Pág. 288.
[48] Obídem. Pág. 400.
[49] Obídem. Pág. 405.
[50] Obídem. Pág. 226.
[51] Obídem. Pág. 229.
[52] POCATERRA, José Rafael. (1990). Vidas oscuras. Monte Ávila Editores. Caracas. Pág. 218.
[53] Obídem. Pág. 251.
[54] Obídem. Pág. 250.
[55] Obídem. Pág. 247.

BIBLIOGRAFÍA
BARRIOS, Alba Lía. (1986). Lectura de un Cuento. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
FABBIANI, José. (1951). Cuentos y Cuentistas. Edición de la Librería Cruz del Sur. Caracas.
KÜPER, Fritz. El Último Pocaterra en Valencia. Diario “El Carabobeño”. Lectura Dominical. 26 de Abril de 1992. Pág. 4. Valencia, Venezuela.
KÜPER, Fritz. Valencia en Tres Voces y un Canto. Diario “El Carabobeño”. Lectura Dominical. 24 de Marzo de 1991. Pág. 4. Valencia, Venezuela.
LISCANO, Juan. (1984). Panorama de la Literatura Venezolana Actual. Alfadil Ediciones. Caracas.
POCATERRA, José Rafael. (1989). Cuentos Grotescos. Monte Ávila Editores, 9ª edición. Caracas.
POCATERRA, José Rafael. (1989). Memorias de un Venezolano en la Decadencia. Monte Ávila Editores. Caracas.
POCATERRA, José Rafael. (1990). Política Feminista o el Doctor Bebé. Monte Ávila Editores. Caracas.
POCATERRA, José Rafael. (1990). Vidas Oscuras. Monte Ávila Editores. Caracas.

© Lic. Elva Marina Mireles 2005
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero30/pocaterr.html

viernes, 17 de junio de 2011

¿Tienes un pañuelo?





..."El mundo es un pañuelo" dicen muchos y la frase, manoseada, parece que a veces pierde su valor. Pero Herta Müller encontró en el pañuelo ese reflejo de la vida. Recibir el Nobel de Literatura en 2009 fue la oportunidad para que esta escritora rumano-alemana contara cosas diversas sobre aspectos humanos como su extrema soledad.



¿TIENES UN PAÑUELO? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre.
Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como traductora en una fábrica de maquinarias. A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz, durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianeidad, cada día igual al otro.



Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.



La primera vez me insultó de pie y se marchó.



La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó.








La tercera vez se sentó y yo permanecí de pie, porque había dejado su cartera sobre mi silla. No me atreví a ponerla en el suelo. Me insultó tratándome de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que…, y entonces llegó la horrible palabra: colaborez, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra CARÁCTER puso histérico al hombre del Servicio Secreto. Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire. Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín.



Al día siguiente comenzó el tira y afloja. Yo debía desaparecer de la fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el director, con el que cada mañana estaban el jefe del sindicato y el secretario el Partido. Y así como en otros tiempos me preguntaba mi madre: ¿tienes un pañuelo? ahora me preguntaba cada mañana el director: ¿Has encontrado otro trabajo? Y yo le respondía cada vez lo mismo: No estoy buscando ninguno. Estoy a gusto aquí en la fábrica, quisiera quedarme hasta la jubilación.



Una mañana llegué al trabajo y mis voluminosos diccionarios estaban en el suelo del pasillo, junto a la puerta de mi oficina. La abrí, y había un ingeniero sentado a mi escritorio. Me dijo: aquí se llama a la puerta antes de entrar. Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho. A casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir cada día normalmente al trabajo, por ningún motivo debía ausentarme.



Una amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por la Strada Gloriei, me dejó compartir al principio una esquina de su escritorio. Pero una mañana se plantó ante la puerta de la oficina y me dijo: No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona. Las trabas y vejaciones se enviaban hacia abajo, los rumores empezaron a propagarse entre los colegas. Eso era lo peor. Contra los ataques uno puede defenderse, contra la calumnia es impotente. Yo contaba cada día con todo, incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún cálculo la volvía soportable. La calumnia nos atiborra de mugre, y nos asfixiamos porque no podemos defendernos. En opinión de mis colegas yo era exactamente aquello a lo que me había negado. Si los hubiera espiado y delatado, habrían confiado en mí sin sospechar nada. En el fondo, me castigaban porque yo los protegía.



Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y a mi amiga no le permitían dejarme entrar en el suyo, me instalé, indecisa, en la caja de la escalera, una escalera que recorrí varias veces de arriba abajo – de pronto volví a ser la hija de mi madre, porque TENÍA UN PAÑUELO. Lo extendí en un escalón entre el primer y el segundo piso, lo alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las rodillas mis gruesos diccionarios y empecé a traducir descripciones de máquinas hidráulicas. Yo era un chiste malo sobre la escalera, y mi despacho, un pañuelo. En las pausas del mediodía, mi amiga se sentaba en la escalera junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas semanas eternas, hasta que me despidieron.



En la época en que yo era un chiste malo sobre la escalera, consulté el diccionario para averiguar la importancia de la palabra ESCALERA. El primer escalón de la escalera se llama PELDAÑO DE ARRANQUE, el último escalón, PELDAÑO DEL DESCANSILLO. Los escalones horizontales que uno pisa encajan lateralmente en las MEJILLAS DE LA ESCALERA, y los espacios libres entre los distintos peldaños se llaman incluso OJOS DE LA ESCALERA. Por las piezas de las máquinas hidráulicas, embadurnadas de aceite, ya conocía las bellas palabras COLA DE GOLONDRINA y CUELLO DE CISNE, para ajustar un tornillo se utilizaba una MADRE DE TORNILLO, e igualmente me dejaron asombrada los poéticos nombres de las partes de una escalera, la belleza del lenguaje técnico: MEJILLAS DE LA ESCALERA, OJOS DE LA ESCALERA – es decir, la escalera tenía un rostro, ya fuese de madera, piedra, cemento o hierro – y los hombres reproducen su propia cara en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres de su propia carne, lo personifican en partes del cuerpo. Y el arduo trabajo sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta. Cada trabajo, en cada profesión, se rige por el mismo principio de la pregunta de mi madre sobre el pañuelo.



Cuando yo era niña, en casa había un cajón destinado a los pañuelos. En él se alineaban tres pilas en dos hileras, una detrás de la otra:



A la izquierda, los pañuelos de hombre, para el padre y el abuelo.
A la derecha, los pañuelos de mujer, para la madre y la abuela.
En el centro, los pañuelos de niño, para mí.



Aquel cajón era nuestro retrato de familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin borde, pero en el cuadrado blanco había flores o animales pintados. Entre los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se viera.

Ningún otro objeto en la casa, ni siquiera nosotros mismos, nos resultaba tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas: resfriados, cuando la nariz sangraba o había alguna herida en la mano, el codo o la rodilla, cuando uno lloraba o lo mordía para reprimir el llanto. Un pañuelo frío y húmedo en la frente aliviaba el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando uno quería acordarse de algo, hacía un nudo en el pañuelo como artificio mnemotécnico. Para cargar bolsas pesadas se envolvía en él la mano. Si ondeaba era una señal de despedida cuando el tren salía de la estación. Y como tren se dice en rumano TREN, y en el dialecto del Banato lágrima (Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles equivalía siempre al llanto. En la aldea, cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerrada cuando pasaba la rigidez cadavérica. Cuando en la ciudad alguien se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio.

A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o tres e íbamos de una tumba a la otra, regando rápidamente. Luego nos sentábamos, muy pegados unos a otros, en las escaleras de la capilla y observábamos cómo de algunas tumbas subían nubecillas de vapor blanco. Volaban un ratito en el aire negro y desaparecían. Para nosotros eran las almas de los muertos: Figuras zoomórficas, gafas, frasquitos y tazas, guantes y medias. Y de vez en cuando un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.

Más tarde, conversando con Oskar Pastior para escribir sobre su deportación a un campo de trabajos forzados soviético, me contó que una anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez tengáis suerte tú y mi hijo, y podáis regresar pronto a casa, dijo la rusa. Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, dijo, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta como un mendigo medio muerto de hambre, quería cambiarle un trozo de carbón por un poquito de comida. Ella lo hizo entrar en la casa y le dio un plato de sopa. Y cuando la nariz de Oskar empezó a gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado todavía. Con un borde calado de bastoncillos y rosetas impecablemente bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al mendigo. Un híbrido; por un lado un consuelo de batista; por el otro, una cinta métrica con bastoncillos de seda, las rayitas blancas en la escala de su desamparo. El mismo Oskar Pastior era un híbrido para esa mujer: un mendigo extraño en la casa y un hijo perdido en el mundo. En esas dos personas lo había hecho feliz y le había exigido demasiado el gesto de una mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre preocupada con la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO?

Desde que me enteré de esta historia también yo tengo una pregunta: ¿Es ¿TIENES UN PAÑUELO? válida en todas partes y se halla extendida sobre medio mundo en el brillo de la nieve entre la congelación y el deshielo? ¿Cruza todas las fronteras pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados? ¿No hay manera de dar muerte a la pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeducación a través de tantos campos de trabajos forzados?

Aunque hace décadas que hablo rumano, en la conversación con Oskar Pastior me percaté por primera vez de que en rumano pañuelo se dice BATISTA, de nuevo la sensual lengua rumana, que simplemente lanza con apremio sus palabras hasta el corazón de las cosas. El material no da ningún rodeo, se designa como pañuelo listo, como BATISTA. Como si cada pañuelo fuera de batista en todo tiempo y lugar.

Oskar Pastior guardó en la maleta el pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? – su pañuelo blanco de batista era esperanza y miedo, y cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere.

Después de la conversación sobre el pañuelo blanco me pasé media noche pegándole a Oskar Pastior un collage sobre un papel blanco:
Aquí bailan puntos dice Bea
entras en un vaso de leche de tallo largo
ropa interior blanca tina de zinc gris verde
contra reembolso se corresponden
casi todos los materiales
mira aquí
yo soy el viaje en tren y
la cereza en la jabonera
nunca hables con hombres extraños ni
acerca de la Central

Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo: encima debes pegar: “PARA OSKAR”. Yo le dije: Lo que te doy, te pertenece, y tú lo sabes. Él dijo: debes pegarlo encima, tal vez el papel no lo sepa. Me lo llevé de nuevo a casa y encima pegué: para Oskar. Y se lo volví a regalar la semana siguiente, como si hubiera regresado la primera vez de la puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con pañuelo.


Con un pañuelo termina también otra historia:

El hijo de mis abuelos se llamaba Matz. En los años treinta lo enviaron a Timişoara a estudiar finanzas para que se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En la Escuela enseñaban maestros del Reich alemán, auténticos nazis. Al concluir sus estudios Matz quizás había recibido, de paso, una capacitación en finanzas, pero sobre todo recibió una formación de nazi – un lavado de cerebro planificado. Cuando salió de la escuela, Matz era un nazi fervoroso, un convertido. Ladraba consignas antisemitas, era inalcanzable como un débil mental. Mi abuelo lo reprendió repetidas veces, diciéndole que debía toda su fortuna sólo a los créditos de hombres de negocios judíos amigos suyos. Y al ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le habían trastornado el juicio. Jugaba a ser el ideólogo de la aldea, vejaba a los muchachos de su edad que se negaban a ir al frente. En el ejército rumano ocupaba un puesto de oficinista. Pero de la teoría quiso pasar a la práctica. Se presentó voluntario en las SS, quería ir al frente. Unos meses después regresó a casa para casarse.

Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era: permiso por boda.
Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de un cajón, una foto de la boda y una foto de la muerte. En la foto de la boda se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria, una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un novio, es un soldado. Un soldado de la boda y su propio último soldado de la patria. Apenas volvió al frente, llegó la foto de la muerte. Y en ella un último soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una mano, un campo negro, en el centro un paño blanco con un montoncito gris de restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño cuyo cuadrado blanco tiene pintado en el centro un dibujo extraño. Para mi abuela esa foto también tenía su híbrido. En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo. Mi abuela dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día. Probablemente sus oraciones también tenían doble fondo. Probablemente seguían el hiato entre el hijo querido y el nazi obcecado y pedían también al Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi.

Mi abuelo había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Sabía de qué estaba hablando cuando decía a menudo y en tono amargo, refiriéndose a su hijo Matz: Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en las trompetas. Esta advertencia también era aplicable a la siguiente dictadura, en la que me tocó vivir a mí misma. A diario se veía cómo el juicio de los pequeños y grandes oportunistas se perdía en las trompetas. Yo decidí no tocar la trompeta.
Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues en la casa se había quedado el acordeón rojo de Matz, el soldado muerto. Las correas del acordeón eran demasiado largas para mí, y para que no se resbalaran por mis hombros, el maestro de acordeón me las ataba a la espalda con un pañuelo.

Se puede decir que precisamente los objetos más pequeños, ya sean trompetas, acordeones o pañuelos, terminan atando las cosas más dispares en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que obedece a las repeticiones, al círculo vicioso. Uno puede creerlo, mas no decirlo. Pero lo que no puede decirse, puede escribirse. Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. De la boca se prescinde. En la dictadura yo hablaba mucho, sobre todo porque había decidido no tocar la trompeta. La mayoría de las veces, hablar tenía consecuencias intolerables. Pero la escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse. El acontecer ya no podía articularse en palabras. A lo sumo los añadidos externos, mas no su dimensión. Esta yo sólo podía deletrearla en mi cabeza, en silencio, en el círculo vicioso de las palabras al escribir. Reaccionaba ante el miedo a la muerte con hambre de vida. Era un hambre de palabras. Sólo el torbellino de las palabras podía captar mi estado y deletreaba lo que no podía decirse con la boca. Yo iba detrás de lo vivido en el círculo vicioso de las palabras, hasta que aparecía algo que no había conocido antes. Paralelamente a la realidad entraba en acción la pantomima de las palabras, que no respeta dimensiones reales, reduce las cosas principales y aumenta las secundarias. El círculo vicioso de las palabras confiere de buenas a primeras una especie de lógica maldita a lo vivido. La pantomima es furiosa y permanece atemorizada y tan adicta como hastiada. El tema dictadura surge ahí espontáneamente, porque la naturalidad ya nunca regresa cuando a uno se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las palabras se apoderan de mí y llevan al tema adonde quieren. Ya nada es cierto y todo es verdad.

Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me dirigía a ellas dándoles un nombre. El nombre cardo lechoso debía ser realmente la planta espinosa con leche en los tallos. Pero la planta no escuchaba el nombre cardo lechoso. Entonces yo lo intentaba con nombres inventados: COSTILLA ESPINOSA, CUELLO DE AGUJA, en los que no figuraban ni cardo ni lechoso. En el engaño de todos los nombres falsos ante la planta verdadera se abría el agujero hacia el vacío. La situación ridícula de hablar a solas en voz alta conmigo y no con la planta. Pero la situación ridícula me hacía bien. Yo cuidaba vacas y el sonido de las palabras me protegía. Sentía:

Cada palabra en el rostro
sabe algo del círculo vicioso
y no lo dice

El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan con su material, y los sentimientos, con sus gestos. En el punto de intersección del engaño de los materiales y de los gestos se instala el sonido de las palabras con su verdad inventada. Al escribir no puede hablarse de confianza, sino más bien de la honestidad del engaño.

Por entonces, en la fábrica, cuando yo era un chiste malo sobre la escalera, y el pañuelo, mi oficina, también encontré en el diccionario la hermosa palabra INTERÉS ESCALONADO, que designa las tasas de interés de un préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tanto más muestra a lo vivido lo que no había en el vivir. Sólo las palabras lo descubren, porque antes no lo conocían. Allí donde sorprenden a lo vivido es donde mejor lo reflejan. Se vuelven tan apremiantes que lo vivido debe aferrarse a ellas para no deshacerse.

Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con gestos e incluso con objetos. Son más difíciles de interpretar y permanecen un tiempo libres de sospecha. Y así pueden ayudarnos a convertir la humillación en una dignidad que permanece libre de sospecha por un tiempo.

Poco antes de mi emigración de Rumania, el policía de la aldea vino un día muy de mañana a llevarse a mi madre. Ella estaba ya en la puerta cuando se le ocurrió la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO? Y no lo tenía. Aunque el policía se mostró impaciente, ella volvió a entrar en la casa y sacó un pañuelo. En la comisaría el policía estalló en gritos e improperios. Los conocimientos de rumano de mi madre no bastaban para que comprendiera los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las primeras horas sentada a la mesa, llorando. Después empezó a ir de un lado para otro y a limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo empapado en lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba de un clavo en la pared y fregó el piso. Me quedé aterrada cuando me lo contó. ¿Cómo has podido fregarle el despacho a ese individuo?, le pregunté. Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el tiempo. Y el despacho estaba tan mugriento. Hice bien en llevarme uno de los pañuelos de hombre, grandes.
Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria, se había proporcionado dignidad en aquel arresto. En un collage busqué palabras para formularlo:

Yo pensaba en la rosa vigorosa en el corazón
en el alma inservible como un colador
pero el propietario preguntó:
¿quién se acaba imponiendo?
yo dije: salvar el pellejo
él gritó: el pellejo es
sólo una mancha de la batista ofendida
sin juicio.



Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN PAÑUELO?
Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano.




Estocolmo, diciembre de 2009