viernes, 26 de diciembre de 2008

A los pies de Imelda

Foto de http://www.portigal.com/wp/wp-content/uploads/2006/11/storymarcosshoes.jpg


Dicen que Imelda Visitación Romuáldez estaba en sandalias cuando conoció a Ferdinand Marcos en 1954. Ella tenía 25 años y acababa de deslumbrar a todos como Miss Manila. Bastaron un par de miradas y once días de noviazgo para que el matrimonio fuera el siguiente paso en su histórica relación. Ese primero de mayo, cuando dio el sí en el altar, vestía un traje de novia de Ramón Valera cuyo adorno principal era una lluvia de perlas, preludio de su ostentación.
“Buscaban esqueletos y sólo encontraron mis zapatos”, argumentaría luego en su defensa, cuando alguien se atrevió a ahondar sobre la realidad de esa Filipinas que vivió bajo su bota. Zapatos, más de mil dicen los conservadores, fueron los cadáveres que Imelda de Marcos dejó en los armarios de la residencia presidencial antes de huir a Hawai con su marido con la premura que imprimían las rebeliones que despertaban tras 21 años en el Gobierno.
Sobre la gestión gubernamental de Ferdinad Marcos, entre 1965 y 1986 cuando fue derrocado, pesan cerca de 10 mil millones de dólares en corrupción, según las autoridades de Manila. Una porción de ese botín se invirtió en joyas, accesorios y zapatos de la colección personal de su esposa. En ese mismo período Filipinas vivió un focalizado florecimiento mientras más de 40% de la población estaba sumida en la pobreza más extrema.
Algunos defensores de Filipinas en la lucha por lograr una condonación de su deuda externa, buena parte de cuya raíz se encuentra en la gestión de los Marcos, han gritado al mundo que ese país todavía paga los zapatos de Imelda.
Ella no duda en recordar cual par lucía cuando compartió con Fidel Castro por las calles de La Habana, o que otro la acompañó al estrecharle la mano al entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Uno para cada ocasión importante. Uno para sentarse junto a Pinochet en el funeral de Franco y otro para asistir a un estreno de la ópera en Sydney. Para posar junto a Gadaffi, para encontrarse con los reyes de España, para recibir a Juan Pablo II en Manila.
Sus viajes por el mundo no sólo la ponían en contacto con diversas personalidades y proyectaban el Gobierno que compartía con Ferdinand, sino que además le permitían tener acceso a tiendas donde los grandes de la moda vendían sus creaciones. Se afirma que en más de una ocasión logró que las más sofisticadas firmas de París, Nueva York y Milán abrieran sus puertas solamente para ella.
En la casa presidencial, donde las correrías amorosas de la pareja Marcos conforman otro volumen de su historia común, se fueron almacenando las prendas que distinguirían el estrafalario modo de vida de Imelda.
El repertorio incluye creaciones de Chanel, Bruno Magli, Charles Jourdan, Ferragamo, Christian Dior, Givenchy y Baly. Hay zapatillas idénticas pero en colores diferentes, unas con trabas, otras de brocado, botas de cuero, sandalias diversas. Se cuentan cinco pares negros exactamente iguales adornados con brillantes. Y es que además de los centenares de zapatos se acumularon cerca de 11 millones de dólares en joyas, 200 vestidos de gala, carteras y decenas de cajas de perfumes sin estrenar.

Ocho y medio
Una vez los esposos Marcos estaban en el exilio, la democracia reinstaurada en Filipinas quiso utilizar las prendas de Imelda como una bandera de rechazo hacia su estilo de Gobierno, como una condena a la corrupción de su administración. En 1986 se expuso una parte de su colección en el Museo de Malacañang y se mostró a todos la opulencia de su ex primera dama.
Unos 220 pares de zapatos talla ocho y medio quedaron a la vista del público. Pero el ejemplo no sirvió para combatir el problema, ya que la corrupción se extendió a los renovados estratos políticos del archipiélago convirtiéndose, junto a la pobreza, en uno de los males más arraigados de Filipinas. Contradictoriamente, la muestra fue una ventana para que lugareños y curiosos se acercaran al corazón de Imelda.
Para muchos la visión del museo era un acercamiento a un tipo de calzado nunca utilizado. Las filas de visitantes no cesaban para escudriñar en el buen gusto de Imelda, en una eventual prolongación de su fetiche. Más de la mitad de la población filipina suele utilizar zapatillas tipo sandalias que son, además, el rubro que concentra 42% de la producción local de zapatos. La mayoría de las mujeres filipinas usa un zapato para toda ocasión, con los dedos al aire, con tiras y, por sobre todas las cosas, cómodo. Así que el desfile de diseños, texturas y colores, así como la gama de tacones y cortes utilizados por Imelda permitía a los visitantes de la muestra fantasear con el poder.
Esta situación fue advertida por la esposa del presidente Fidel Ramos y en 1992 se ordenó la suspensión de la exposición.

Finos y de aguja
En 1989 muere Ferdinand Marcos en el exilio y, como todo en la vida de Imelda, su cuerpo fue embalsamado y conservado, ataviado con sus galas y condecoraciones, en una caja refrigerada de cristal.
El deceso contribuyó a su causa y ella pudo regresar a Filipinas en 1991. Incluso intentó volver al poder accediendo a la contienda electoral en dos oportunidades sin éxito. Ella no logró los resultados que esperaba, pero dos de sus hijos sí, quienes mantienen una vida política activa en Filipinas.
Ha enfrentado cerca de un millar de demandas e, incluso, fue arrestada en 2001. Pero de todo esto ha salido bien parada, pues muchos de los cargos prescribieron, de otros ha sido absuelta y a través de las dilaciones legales no ha hecho frente a aquellos en los que se le halló responsable. Además, muchos afirman que pese al dinero que le fue retenido de varias cuentas externas, estimado en cerca de mil millones de dólares, así como a la confiscación de sus joyas, todavía maneja una inmensa fortuna secreta.
Pero la historia de sus zapatos la precede. Algunos estudios médicos la citan como un ejemplo claro del Trastorno de Compras Compulsivas. Por eso no es raro que muchos vean primero sus pies al saludarla y ella lo sabe. E Imelda, en consonancia con la astucia mostrada a lo largo de sus años en el poder, decidió aprovechar la oportunidad que la historia le dio.
En febrero de 2001 acudió a la inauguración de un museo, cuya muestra central eran sus zapatos. Unos 750 pares de sus más representativos calzados volvieron a la vista del público en un edificio que data de la colonia española. No se escogió por azar la locación de aquella muestra que terminó ubicada precisamente en el Distrito de Marikina, corazón de la manufactura de calzado de Filipinas. En Marikina hay unas 500 empresas dedicadas por entero al negocio del calzado con un mercado objetivo en la población de los estratos medio y alto. La mayor parte de la producción y de las compras de pieles y cueros se canaliza hacia esta zona productiva, donde una porción importante de los zapatos se sigue haciendo a mano.
En este escenario se abrió el que todos conocen como el museo de Imelda. La página web oficial que las autoridades de Marikina usan para promocionar el turismo en el lugar coloca a The Shoe Museum como uno de los principales sitios de interés en la zona.

A la medida
Tras la nueva exposición de sus calzados, Imelda no dudó en señalar que a lo largo de sus años de exilio y tras su regreso a su tierra había acumulado muchos más zapatos de los que dejó al escapar en 1986.
Sus amigos, dijo, así como empresarios, la han provisto de muchos pares adicionales. “La gente que supo que tuve que dejar todo aquello en mi armario cuando nos exiliamos a Hawai no ha dejado de enviarme zapatos y más zapatos. Ahora tengo más que en aquella época porque la gente creía que me había quedado sin ninguno. No querían una ex primera dama descalza”. Y lo lograron, porque para 2001 se estimaba que tenía en su haber cerca de ocho mil pares fruto de la generosidad de todos. “He perdido la cuenta de los pares de zapatos que tengo", es lo único que Imelda señala al respecto.

Por Carmen Rosa Gómez

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Montejo: el ausente siempre presente

Caracas, sábado 07 de junio, 2008
El poeta venezolano falleció el jueves a la medianoche en Carabobo
Ecuánime, humilde, amable, generoso, heredero de la gran tradición poética venezolana, firme en sus convicciones es lo que dicen sus colegas de Eugenio Montejo (Foto: Nicola Rocco/El Universal)

Eugenio Montejo es uno de esos seres que nos hace privilegiados, porque aunque se vaya nos deja sus palabras. Y gracias a Dios dejó muchas, porque el vacío que su muerte abre es inmenso.
Se fue a morir a Carabobo, de cuya alma máter central era egresado. Lo hizo de forma silenciosa y reservada, como todos afirman que era él. Una muerte que sorprende por la premura con que la enfermedad quiso llevárselo.
Había llenado su bibliografía de unos versos que tienen la cualidad de no lucirle ajenos a quien los lee. Cosas, a veces simples, son protagonistas en los textos de Montejo, que fueron escritos con un lenguaje íntimo, cargado de sensaciones y de belleza.
A su hijo le escribió el poema Nana para Emilio: Duerme, hijo mío, en mi carne, en mis ojos,/ como dormiste antes que yo naciera,/ como dormimos durante tanto tiempo/ dentro de nuestros padres.
Este poeta, ensayista y diplomático, algo que más allá de un cargo ejercido parecía una de sus características, era un gran preocupado por el acontecer.
Tras recibir el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, en 2005, hizo reflexiones como la siguiente: "El hecho de que nada sepamos del futuro, salvo que debemos crearlo entre todos, aumenta la responsabilidad del artista. Su adhesión ética ha de estar del lado de la civilizada tolerancia y de parte del desarme tanto por fuera como por dentro del hombre".
Preso por la labor creadora de Fernando Pessoa, Montejo también se desdobló en heterónimos. Esa despersonalización lo llevó a convertirse en Blas Coll, Sergio Sandoval, Tomás Linden y Eduardo Polo. Quizá lo habitaban muchos más y no es de extrañar que hayan quedado por los rincones de su casa, en reposo, textos de estos autores esperando por el ojo riguroso del propio Montejo para ver la luz.
El guionista Guillermo Arriaga le hizo un favor a la historia al poner en boca de Sean Penn, en una escena de la película 21 gramos, unos versos de Montejo. Esas breves líneas allí, casi tan leves como los mismos 21 gramos del alma que se va, proyectaron la obra de este venezolano a personas que normalmente no se acercan a la poesía y que, sin embargo, se vieron tocadas por aquellas: La Tierra giró para acercarnos/ giró sobre sí misma y en nosotros,/ hasta juntarnos por fin en este sueño.
Ahora, que tras un giro más de la Tierra su voz se ha silenciado, hay que reencontrarse con Montejo en palabras como las que nos dejó en Los ausentes: Viajan conmigo mis amigos muertos./ A donde llego, van por todas partes,/ apresurados me siguen, me preceden (... )/ Muertos de nunca habernos muerto,/ de estar en algún tiempo, en algún parque,/ juntos y apartes, conformes, inconformes,/ mudos, charlando, con voces, sin voces,/ en verdad ya ni vivos ni muertos (... )/contentos de estar en la Tierra y de no estar en ella,/ en eternas tertulias donde, se hable o no se hable,/ todo queda para después o para antes,/ para cuando no sabíamos que después era entonces/ ni que nuestras sombras de pronto levitaban/ visibles e invisibles en el aire.


Carmen Rosa Gómez
El Universal